Biocombustibles
El sector de transporte —automóviles privados, viajes aéreos y comercio y el transporte mundial de bienes y materias primas— es una de las principales fuentes de demanda de combustibles fósiles y emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), entre otros problemas. Pero, en lugar de contemplar medidas serias para limitar la demanda de combustibles, los biocombustibles se ofrecen como solución falsa de parte de un conglomerado de intereses, entre ellos los fabricantes de automóviles, las empresas de combustibles fósiles, la industria de biotecnología, la agricultura industrial y algunos académicos. Todos ellos sostienen que los biocombustibles son limpios, ecológicos y favorables al clima, y que les permitirán a los países tener “independencia energética” y librarse de la dominación de los países ricos en petróleo. El mito de los biocombustibles ha ganado un gran apoyo, generosos subsidios y mandatos legislativos, como la Norma de Combustible Renovable en los Estados Unidos, y leyes similares en otros países.
De esta manera, el etanol del maíz y de la caña de azúcar, el biodiésel de la soja y del aceite de palma, junto con una serie de otros biocombustibles, son usados ahora de manera generalizada; lo cual crea un vínculo directo y desastroso entre los mercados de producción de alimentos agrícolas y los mercados del combustible. Debido a que se necesitan extensiones de tierra sumamente grandes para los cultivos destinados a producir biocombustibles, a lo que se suma una gran demanda de fertilizantes, la producción agrícola de biocombustibles compite con la de alimentos agrícolas, en un momento en el que la demanda de alimentos aumenta junto con la afluencia en ciertos sectores del mundo. El nuevo y rentable mercado de cultivos para combustibles es un factor central en el acaparamiento de tierras, es decir, el desplazamiento de comunidades y pueblos indígenas de sus tierras por parte de inversores especuladores que buscan lucrarse con negocios de cultivos para biocombustibles.
El flujo de la biomasa imita las rutas históricas de extracción y explotación.
Desde hace años nos dicen que los problemas con los biocombustibles de “primera generación” se eliminarían con una “segunda generación” de biocombustibles celulósicos y avanzados, no provenientes de cultivos de alimentos, sino de residuos agrícolas, madera, algas, etc. Pero aún no han logrado producir con éxito esos biocombustibles nuevos y mejorados en cantidades significativas, a pesar de los numerosos intentos, siempre costosos y celebrados. Las dificultades técnicas para convertir el material leñoso (celulosa) en combustible a escala comercial probablemente sean insuperables, y aun así siguen destinando fondos obtenidos a través de la recaudación de impuestos a la investigación y desarrollo del biocombustible.
En los intentos por superar estas dificultades, la industria de la biotecnología adquirió un papel central con el desarrollo de cultivos transgénicos, como variedades de maíz más adecuadas para la fermentación del etanol, árboles con madera (celulosa) alterada y microbios que producen enzimas para las tecnologías de producción de combustibles. Un contingente declara desde hace tiempo que los biocombustibles de algas resolverán el problema y ofrecerán copiosas cantidades de combustible de fuentes limpias y ecológicas, que no provienen de cultivos de alimentos ni promueven el cambio climático. Los investigadores trabajan arduamente en la creación de algas transgénicas para la producción de combustible, lo cual a su vez genera el riesgo de contaminación con algas transgénicas. Incluso después de décadas de pruebas, los biocombustibles de algas siguen estando “en el horizonte” eterno, pese a los continuos y celebrados “avances”, que solamente sirven para prolongar la esperanza de que algún biocombustible mágico nos va a permitir seguir utilizando automóviles y aviones y comerciar en todo el mundo sin interrupciones. Mientras tanto, se siguen ignorando las soluciones reales para el uso excesivo de medios de transporte.
La industria de la aviación desarrolló el Plan de Compensación y Reducción de Carbono para la Aviación Internacional (CORSIA). La verdadera meta es permitir que el crecimiento exponencial de la industria de la aviación continúe bajo la afirmación de que se están reduciendo las emisiones de GEI. El principal camino hacia la “descarbonización” que propone CORSIA incluye compensaciones forestales y combustibles alternativos (ver Instrumentos de fijación de precio al carbono). La industria sabe perfectamente que el único biocombustible viable para la aviación a una escala tan grande implicaría el uso de aceite de palma, que es uno de los principales motivos de la deforestación.
Las industrias de biocombustibles se han unido a la industria del gas, que propone el uso de biodigestores para producir metano como fuente de “gas natural renovable” (ver Soluciones basadas en la naturaleza). De manera similar, los productores de etanol se están vinculando a los intereses del sector de captura de carbono, pues la fermentación produce dióxido de carbono (CO2). Mientras afirman que reducen las emisiones al capturar el CO2, en realidad este se vende principalmente para su uso en la recuperación mejorada de petróleo (ver Captura de carbono).
Biomasa
La solución falsa de los biocombustibles como alternativa a los combustibles fósiles más problemática es la tendencia en el campo de las “energías renovables” de quemar la llamada “biomasa”. Este término incluye de todo, desde quemar basura hasta árboles, residuos de madera de construcción y demoliciones, licor negro (pulpa de celulosa tóxica), pasto, desechos de cultivos, desechos de la industria avícola y mucho más, pero con frecuencia supone quemar árboles en centrales de energía o quemar madera, junto con desechos de papeleras y madereras para calentar esas centrales. Al quemarse, todos estos tipos de “biomasa” generan una contaminación que puede ser igual o peor que la contaminación de la quema de carbón. Las centrales de carbón, bajo la presión de reducir emisiones, reciben grandes subsidios para quemar en cambio pellets y astillas de madera, mientras que en todo el mundo están apareciendo nuevas centrales dedicadas exclusivamente a la biomasa. Quemar madera se considera prácticamente de manera universal como una forma de generación de energía limpia, ecológica y con “neutralidad de carbono” o “baja en carbono” a pesar de la deforestación —y, por lo tanto, de las emisiones de carbono— que resulta de esta nueva y gigantesca demanda de madera. Las emisiones de las chimeneas de la incineración de biomasa son incluso más altas que las de la quema de carbón, pero este CO2 no se tiene en cuenta.[1]
Es un producto del Complejo Industrial de Proteccion al Medio Ambiente Sin Fines de Lucro (TM)
Esto ocurre a causa de un error de contabilidad en las pautas de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que no incluyó las emisiones de las chimeneas de la producción de bioenergía en el sector energético ni en el sector de uso de la tierra. Esto se reforzó aún más debido a los argumentos de que el CO2 como producto de la quema de árboles se compensaría con el CO2 almacenado en los árboles nuevos. Sin embargo, no hay garantías de que estos árboles crezcan, y si crecen, tardarán décadas, un tiempo que realmente no tenemos.
No obstante, durante la última década surgió un mercado de pellets y astillas de madera, que crece rápidamente en todo el mundo. Los bosques, que incluyen bosques primarios poco comunes en los Estados Unidos, Europa y Canadá, son el objetivo de la producción de pellets. La central eléctrica más grande del Reino Unido, DRAX, ha cambiado una parte de su generación de energía de carbón por pellets de madera, importadas principalmente de los bosques de Canadá y el sudeste de Estados Unidos. La fabricación de pellets (sucia y ruidosa) se ha establecido en toda la región, a menudo en comunidades de bajos recursos. Mientras tanto, la Agencia Internacional de Energía aboga por una expansión aún mayor de esta solución falsa y absurda, y sigue abogando, junto con legisladores de todo el mundo, por la biomasa como fuente limpia de energía renovable, que por lo tanto es necesario subsidiar al igual que la energía eólica y solar.
La industria de los biocombustibles y los productos forestales sostienen que pueden resolver problemas potenciales a través de la adopción de “normas de sostenibilidad”. Esas normas, por más que suenen bien en los papeles, son un fracaso universal en cuanto a la protección medioambiental, particularmente porque la certificación misma se ha convertido en una industria dominada por el afán de lucro, y no cuenta con ningún ente independiente que verifique el cumplimiento de las normas. Finalmente, cabe aplicar sencillamente el sentido común: si la escala de la demanda por definición es demasiado grande para que pueda suplirse de manera sostenible, no hay manera de que una norma de sostenibilidad pueda hacer de ella una práctica sostenible.
BECCS
Como si las demandas por bosques y tierra no estuvieran ya lejos de alcanzar la sostenibilidad, la reciente promoción de la bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS) flagrantemente afirma que quemar árboles para generar energía y luego capturar las emisiones de carbono y secuestrarlas por algún medio eliminaría el CO2 liberado en la atmósfera. El error lógico comienza por asumir, de manera completamente errónea, que quemar árboles para generar energía implica neutralidad de carbono. Luego, en sostener que podemos capturar de manera segura y eficiente las emisiones de CO2 de la combustión y enterrarlas en algún lado (ver Captura de carbono). Por último, esta lógica afirma que la absorción de carbono de los árboles nuevos (que todavía no han crecido y por lo tanto no llegarán oportunamente) no solo compensaría las emisiones de la combustión, sino que también eliminaría el carbono adicional de la atmósfera (lo que se llama “carbono negativo”). Esta lógica completamente fantasiosa falla en todo nivel, y, si vamos a seguirle la corriente a sus falsedades, la cantidad de tierra necesaria para implementar la BECCS a gran escala sería astronómica, incluso más allá de las fronteras planetarias. Pero es probable que nada de esto ocurra, pues en el mundo real no existe la BECCS. Se realizaron algunos proyectos piloto, pero capturar el CO2 de la quema de biomasa es incluso más difícil que capturarla de las centrales de carbón (el llamado “carbón limpio”, que es otra historia de fracasos). El verdadero peligro de la BECCS es que se presenta como una solución con potencial real para eliminar el CO2 de la atmósfera. A su vez, genera falsas esperanzas que impiden el surgimiento de iniciativas, financiamiento y capacidad que se necesitan de manera urgente para implementar soluciones reales.
La creación de estas nuevas demandas masivas de madera, al tiempo que se defiende el uso de compensaciones forestales y la plantación de árboles como solución, carece de todo sentido. ¡No podemos cuidar nuestros bosques quemándolos! ¡Ninguna cantidad de árboles nuevos puede compensar los daños de la tala de bosques primarios! Si bien los árboles técnicamente son renovables, los ecosistemas forestales complejos no lo son. Los intereses de la industria tejen una red de engaños al afirmar, por ejemplo, que los árboles jóvenes son mejores para el clima porque absorben más carbono, cuando en realidad los árboles viejos ya retienen el carbono y siguen absorbiendo carbono toda su vida. La industria favorece a los árboles jóvenes porque quiere crear más plantaciones de árboles: monocultivos industriales que a menudo no son especies nativas, tratados con productos químicos y fertilizantes para estimular la producción rápida de madera de rotación corta con eficiencia mecánica.
Bajo el pretexto de que las plantaciones de árboles nuevos son buenas para el clima, fomentan la creciente demanda de madera y recurren a trucos de contabilización de GEI para seguir usando más madera —y, por lo tanto, más conversión de la tierra y más deforestación— como fuente de reducción de las emisiones. Aquellos que se lucran con los mercados de madera en expansión defienden su uso como fuente de energía, en la construcción, para almacenar carbono en los así llamados “productos de madera recolectada”, como alternativa al concreto y para absorber carbono, aún si los árboles de las plantaciones nuevas se talan en ciclos de crecimiento de tan solo cinco años.[2] Las plantaciones de árboles se parecen más a campos de maíz que a bosques. Cuando se trata de bosques, mientras una mano afirma defender su protección, las compensaciones forestales, la Reducción de las Emisiones Derivadas de la Deforestación y la Degradación de los Bosques (REED-plus) y la plantación de árboles, la otra mano tala, quema, fabrica pellets, crea plantaciones de monocultivos industriales y árboles transgénicos. Lo que tienen en común es un afán por las soluciones falsas.
Biofuelwatch: biofuelwatch.org.uk
Dogwood Alliance: dogwoodalliance.org/our-work/our-forests-arent-fuel
Energy Justice Network: energyjustice.net/biomass
Partnership for Policy Integrity: pfpi.net
- Booth, S. (2014). Trees, trash, and toxics: How biomass energy has become the new coal [Árboles, basura y tóxicos. Cómo la energía de biomasa ha llegado a convertirse en el nuevo carbón]. Partnership for Policy Integrity. https://www.pfpi.net/trees-trash-and-toxics-how-biomass-energy-has-become-the-new-coal
- El programa de reducción de las emisiones ocasionadas por la deforestación y la degradación forestal (REDD) es un programa de compensaciones forestales muy polémico de la Ver https://redd-monitor.org para más información.